Te acercas despacio, y finjo no darme cuenta. Como si tu aroma a frutas del bosque no me hubiera alertado hace un rato. Continúo mirando la ventana, disimulando los nervios que se van apoderando de mí poco a poco. Sonrío sin que puedas verlo y me toco el pelo. Ha crecido mucho desde que nos conocimos. Solo han pasado un par de meses, pero ahora mismo eres tan importante en mi vida…
Pasa una niña con su perro, por delante de la ventana y recuerdo cuanto te vi por primera vez. Ibas corriendo como siempre, llegabas tarde a aquella cita a ciegas, miraste un segundo hacia atrás y te chocaste con aquella farola. Yo iba justo detrás de ti, te vi caer de culo después del golpe y salí corriendo para comprobar que no te habías hecho daño. Al verte con el vaso en la mano y el café en el jersey, y la frente roja, no pude evitar echarme a reír, y tú conmigo. Desde ese momento, hemos compartido cada café y cada sonrisa. Parece ridículo pensarlo, pero a veces creo que si no fueras tan patoso y no tuvieras un imán para cualquier cosa con la que chocarte, nunca nos habríamos conocido.
Suelto una carcajada con aquel recuerdo. Vestida así, solo con una de tus camisas y riendo ante algo que solo yo puedo ver, debo de parecer una loca, y quizá sea así, pero tan solo de felicidad. Noto tu respiración en mi espalda, seguida de un dulce beso en el hombro, poco a poco tu boca va dejando un pequeño rastro de besos desde el primero hasta llegar a la oreja.
- ¿De qué te ríes? – dices en un susurro
Todo mi cuerpo se estremece, siempre has tenido ese efecto en mí.
- De ti, por supuesto – respondo en el mismo tono.
- ¿De mí? ¡Ahora veras!
Tus manos recorren mi espalda de arriba abajo, es un gesto tan íntimo y natural… De repente, paras justo debajo de mis costillas y comienzas a hacerme cosquillas.
- ¡Tramposo! ¡Eso no vale! – grito mientras me retuerzo ante tus manos
Tropezamos y ambos caemos al suelo de cualquier manera. Finjo que me he hecho daño, después de las cosquillas te lo mereces.
- ¡Ay! Me has hecho daño. – digo mientras finjo hacer pucheros.
- Lo siento, lo siento. ¿Dónde te duele? ¿Quieres que vayamos al médico?
Rompo a carcajadas, revolcándome por el suelo, mientras miro tu cara de preocupación. Te pones tan adorable cuando te preocupas por mí.
- Eso no se hace. – me regañas- Me has asustado, pensaba que te había pasado algo.
Me miras y ya no aguantas las ganas de reír. Nuestras carcajadas llenan el aire que hay a nuestro alrededor, porque lo mejor de todo esto es que además de quererte eres mi mejor amigo.
Ray Bradbury dijo que solo hay dos cosas con las que uno se puede acostar, una persona y un libro, y desde entonces mi cama es una biblioteca.
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